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Introspección

Escuchen….

No, no, así no; vuelvan a intentarlo, cierren los ojos, concéntrese en el horizonte y presten atención.

Es el silencio.. ah sí! También se escuchan las caras de la gente, la belleza y la sabiduría de sus caras, las pisadas de esas huellas convertidas en arrugas, en senectud, en canas… escuchen bien todas esas derrotas, las alegrías, las miserias y las glorias. Son nuestros ancianos, los supervivientes de la historia, los héroes muchas veces reconducidos a un ocaso repelente, sin consciencia. Y somos nosotros, descifrando aquellas huellas y las nuestras… encontrando el punto en el que una arruga se encuentra con la otra, encontrando ese instante que modifica, disuelve y resucita nuestros cambios de estación. Escuchen como crecemos, es la soberanía de la sobrevivencia… el cuerpo nos recuerda nuestros pasos, los esconde en ciertos pliegues a veces incomprensibles, los cobija bajo un manto blanco en la cima.

Tal vez suene absurdo eso que se oye después, son ligeros movimientos que retroceden e inmediatamente vuelven a avanzar, como en un museo, sí, como en un museo… Es la perspectiva que tomamos de nosotros mismos. Introspección de futuro, ¿alucinante, verdad?

Ya pueden abrir los ojos.. y ahora, digan ¿fue tan malo? ¿deberíamos verdaderamente ocultar nuestra travesía por la vida con tintes, maquillajes y quemagrasas? ¿no sería mejor descifrar lo que hay tras todos esos recovecos y surcos que vamos construyendo en nuestra piel en vez de darles sepultura?

Permitirnos crecer sin complejos es lo más amable que podemos hacer con nosotros mismos, sin amargarnos la vida por tres kilos arriba o abajo, sin amargarnos la muerte porque la tarta le queda cada año más pequeña a las velas. Un amigo me lo dijo una vez, no se trata de pedir deseos, se trata de pedir más velas; propongo darle un mordisco a nuestros prejuicios, que no solo sea la juventud ese divino tesoro del que todos hablan. Evidentemente, hay que saber coger las flores antes de que la primavera pase, y columpiar de vez en cuando en las pupilas al niño o la niña que fuimos, pero sin olvidar que el color del otoño no sería tan fascinante sin las hojas suicidantes que el tiempo deja.

Todos envejecemos desde que empezamos a vivir. Que lo que venga después suponga que haya vida después de la vida o que, por el contrario, lo que nos llevemos a nuestra última hora sean amagos de muerte constantes, solo depende de nosotros, del respeto y la importancia que nos demos. Y sí, el ‘síndrome de Peter Pan’ es solo un invento de la comestiquería.

Ninguna teoría sobre la vida puede tener más relevancia, ni tanta, como la vida misma. Podemos cambiar lo que dijo Einstein, podemos hacer que sea más fácil desintegrar un prejuicio que un átomo.